DE LOS DIENTES PARA ADENTRO
- Yeneiri Alonso
- 14 mar
- 2 Min. de lectura
Ser madre es una vivencia que me transformó cada partícula, cada concepto. Descubrí nuevos temores y otras valentías. Conecté con personas muy bonitas y otras simplemente se han distanciado.
Mauricio tiene 11 meses y medio, y quienes siguen mis redes sociales tienen alguna idea de cómo nos ha ido en este viaje, con altas, muy altas y bajas, claro está. Anoche fue un momento de esos difíciles, en los que no importaba demasiado que hiciera, Mauricio estaba irritado, malhumorado, con un llanto de dolor intermitente. En momentos parecía que el dolor había disminuido, pero retornaba con mayor intensidad.
Optamos por ir a urgencias, los médicos y pediatras están habituados a recibir a padres primerizos angustiados todo el tiempo, por lo que hacer el ridículo es algo que nos ha parecido poco relevante. Mencionamos todos los síntomas que habíamos observado y la manera gradual en la que surgieron, incluso como buenos mexicanos intentamos realizar nuestro diagnóstico (comprendo que a veces “saber” qué pasa con tu hijo reduce la angustia), pero ambos fallamos, no eran cólicos y no estaba intoxicado. Sus señales eran un dolor provocado por el brote de sus dientes superiores.
Cuatro dientes simultáneamente rompiendo su encía. Todo tenía sentido. De verdad que los dolores del desarrollo son todo un desafío para los padres, ya que, a pesar de no ser “graves”, porque son naturales, incluso necesarios, no implica que no sean incómodos, molestos, dolorosos, irritantes, etc.
Los dolores del desarrollo son aquellos peldaños que todos tenemos que conquistar por el simple hecho de crecer, hay dolores físicos y dolores psíquicos, y para que se vayan, no hay más que experimentarlos. El crecimiento de los dientes es uno de ellos.
He cancelado mis actividades de este viernes para poder quedarme a acompañar a Mauricio. Estoy consciente que no puedo hacer mucho para quitarle el dolor, es una realidad que muchas mamás aún buscamos la manera de cambiar, pero lo que sí estoy convencida es que ese dolor se puede asistir y por tanto aliviar un poco.
Preparé un baño tibio para ambos, lo acurruque delicadamente con mucha paciencia, mientras lo limpiaba, le canté algunas canciones que sé que lo relajan, nos miramos mucho. Pienso que ambos compartimos nuestro dolor; él, el dolor de su encía y yo, el dolor de mi pecho por verlo sufrir. Ambos sabíamos que estábamos limitados, pero juntos. Acompañándonos. Porque acompañar no es una actividad pasiva ni sencilla. Acompañar es sentir, esperar, donar, sostener, soportar.
Ahora que Mauricio durmió pacíficamente, no me decidía por dormir también o comenzar esta pequeña sección que por largos meses he estado gestando. Sin embargo, en esa escena junto a mi bebé, sola y solo con él, reflexioné sobre todas las madres que en solitario organizamos estas vivencias, en solitario sentimos, pensamos, hacemos. En los momentos radicales no hay nadie que nos relate, nadie que apalabre tantas sensaciones e ideas y nos quedamos con el dolor de los dientes para adentro. Por ese motivo me pareció un buen momento para arrancar estas narraciones, con la intención de que otras mamás se puedan leer en mis escritos, se puedan ver y espejear para estar, cada vez más, menos solas.
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